PRESENTACIÓN DE UNA EXPOSICIÓN INDIVIDUAL DEL ARTISTA

Si toda obra de arte es una leyenda, como quería Flaubert, y no una simple expresión de lo real, aquí tenemos en las esculturas de Manuel Vela la más verídica de las leyendas: realidad de volúmenes, peso y aire de ropajes, músculo y gracia de los cuerpos. Corporeidad que invita al tacto, al goce de las manos en el lisor o la aspereza de la carne inmarchitable. Y es a la vez ritmo, lenguaje, sugerencias, es decir, leyenda que nos lleva hacia la simbología y hacia el mito. Y el más antiguo de los mitos, el de las fertilizaciones, encuentra en estas maternidades de Vela y en la noble materia que trabaja -el barro que da vida- su sumo hacedor y su alfarero. Porque el oficio, hábil destreza de alarias y palillos, es tan necesario como el soplo creador. Esas maternales figuraciones, desde la sagrada de la Fuensanta (1) -Ella también de barro primigenio junto al limo del río- donde la arcaizante línea gótica se ha convertido en escueto plegado de modernidad, hasta esa otra que se diría una representación de la fecunda Madre-Tierra, firmemente asentada como roca, acunando en la honda cordillera de su regazo al pequeño Adán dormido (2), nos informa sobre el escultor y el desarrollo de su obra, todo un proceso de plasticidad indagante que palpita más allá de la hermética apariencia. Y en este ciclo materno no podemos olvidar la figura sentada de la expectación, la gravidez de una forma comba que se inclina acariciando la sazón de un vientre, como espiga doblada por el peso del grano (3).

La cambiante estatuaria de Vela nos trae también el recuerdo de las terracotas andaluzas del siglo XIX, los barros de Málaga y Granada, con su deliciosa materialización de tipos populares. El pormenor minucioso y romántico se resuelve aquí en una amplitud de líneas que van a las enigmáticas sacerdotisas cretenses. ¿Y no es acaso Matilde Coral esa bailaora (4) en reposo que se sienta con su abanico en la caliente anea de una silla? Y el ingenuismo atento de ese niño de coro, que en su escabel espera la señal justa para iniciar el rito sacro de la danza bajo la nervada bóveda catedralicia.

Y vuelve la magia de los símbolos con las testas espléndidas de las cuatro estaciones: rosas fragantes, diminutas, como de art noveau, para la doncellez abatida de la primavera (5). Plenitud y cansancio del verano (6). Ambas figuras parecen completarse en el vencimiento de un sueño de junio, tras la fatiga amorosa de la siesta. Ya Freud dijo que la obra de arte encubría una sublimada sexualidad. El otoño (7) es la serenidad, el dominio, la templanza sofocando la brasa siempre viva de la pasión. El racismo y los pámpanos se amoratan. Llega el invierno (8) con el olivo de las Palas, el ceniciento verde amargo de la sabiduría. Ya, para qué.

PABLO GARCÍA BAENA (9)

PREMIO PRÍNCIPE DE ASTURIAS DE LAS LETRAS

 

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HOMENAJE A AVERROES

 

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Busto de Averroes, obra de Manuel Vela, que ilustró la portada del Suplemento Cuadernos del Sur de Diario Córdoba con motivo del 800 aniversario de la muerte del Ilustre Cordobés. Esta escultura puede admirarse en la sede del Rectorado de la Universidad de Córdoba.